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La muerte, el enemigo último del ser humano, desafía y amenaza el sentido mismo de la existencia; sin embargo, en la fe cristiana, Cristo resucitado ha despojado a la muerte de su victoria y a la tumba de su aguijón. La resurrección de Cristo se convierte en el fundamento firme de una esperanza que no vacila, una esperanza que impulsa al cristiano a enfrentar la muerte con valentía, paz, y una certeza de triunfo.
Los cristianos no celebramos la muerte, la vencemos en Cristo. En la fe cristiana, la muerte no es un tema de celebración ni de exaltación. Cristo, en su compasión y autoridad divina, enfrentó la muerte no solo como un evento, sino como un enemigo a vencer. La Escritura declara: "El postrer enemigo que será destruido es la muerte" (1 Corintios 15:26). La resurrección de Cristo, por tanto, es la evidencia irrefutable de que la muerte ha sido conquistada y, en Cristo, los creyentes son también vencedores. Por ello, un cristiano no enfrenta la muerte resignado, ni mucho menos participa de festejos paganos en honor a la muerte; al contrario, encaramos al sepulcro con la certeza de que en Cristo la muerte ha sido despojada de su poder.
En un funeral cristiano hay lágrimas, pero también esperanza. La fe no niega el dolor; Jesús mismo lloró en la tumba de su amigo Lázaro (Juan 11:35), mostrando que el lamento y el amor están entrelazados en los corazones que quedan en la tierra. Sin embargo, la diferencia en un funeral cristiano es la presencia de la esperanza, pues aunque hay separación, no hay desesperanza. El cristiano confía en las palabras de Cristo: "Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá" (Juan 11:25). Las lágrimas en el funeral cristiano son el reflejo de un amor profundo, pero el consuelo es el recuerdo de la promesa del reencuentro y la vida eterna en Cristo.
Solamente en Cristo el "descansa en paz" es una certeza. Expresiones como "descansa en paz" son comunes al despedir a quienes han partido, pero solo en Cristo esa paz es una realidad segura. La paz verdadera y eterna está exclusivamente en el que venció a la muerte y el pecado en la cruz. La Escritura lo confirma al decir: "Si hemos muerto con Cristo, creemos que también viviremos con él" (Romanos 6:8). Para el cristiano, esta es una certeza: en Cristo hay reposo y paz, y los que duermen en Él están verdaderamente descansando, porque están en la compañía de su Salvador.
Los fieles difuntos no están muertos, solo duermen. La Escritura emplea la metáfora del sueño para hablar de aquellos que han muerto en Cristo, indicándonos que su estado es temporal. Jesús mismo usó este lenguaje cuando dijo de Lázaro: "Nuestro amigo Lázaro duerme; mas voy para despertarle" (Juan 11:11). La muerte, por tanto, no es el final, sino reposo, alivio y dicha en el Paraíso, en espera de la resurrección. La esperanza cristiana no se desvanece en el dolor de la muerte, sino que se fortalece en la promesa de que, al igual que Cristo resucitó, los que han creído en Él también serán levantados para una vida gloriosa en cielos nuevos y tierra nueva.
¡CRISTO VIVE!
En la resurrección de Cristo, la muerte ha sido despojada de su dominio, y los cristianos pueden vivir con una paz radicalmente firme frente al dolor y la pérdida. La esperanza de la vida eterna no es una ilusión, sino una promesa segura, arraigada en la victoria de Cristo sobre la muerte y el pecado. Esta es la fortaleza del creyente: que en Cristo, aún ante la muerte, se es más que vencedor, y se puede proclamar con gozo: "¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? ¿Dónde, oh sepulcro, tu victoria?" (1 Corintios 15:55).
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