Santos ciudadanos con patria celestial
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Vivir como ciudadanos del cielo y conciudadanos de los santos implica una tensión entre nuestras responsabilidades terrenales y nuestra identidad eterna. Como peregrinos en este mundo, mantenemos nuestra mirada fija en Cristo, mientras cumplimos fielmente nuestra misión de ser embajadores de Su reino. 1. Nuestra ciudadanía está en los cielos El apóstol Pablo declara con claridad: “Mas nuestra ciudadanía está en los cielos, de donde también esperamos al Salvador, al Señor Jesucristo” (Filipenses 3:20) - Como creyentes, somos extranjeros y peregrinos en este mundo (1 Pedro 2:11). Esto no significa que descuidemos nuestras responsabilidades aquí, sino que nuestra identidad, lealtades y metas finales están alineadas con el reino de Dios. Vivimos conscientes de que nuestra patria definitiva no es terrenal, sino celestial, y que nuestras prioridades deben reflejar esa realidad. 2. Estamos exiliados en Babilonia, Sodoma y Egipto. La Biblia usa las figuras de Babilonia, Sodoma y Egipto para describir el mundo en su rebelión contra Dios: Babilonia representa la frivolidad y el materialismo, una sociedad enfocada en el lujo y el placer (Apocalipsis 18:3). Sodoma simboliza la perversión y el rechazo de la moralidad divina (Génesis 19:24-25). Egipto personifica la esclavitud y opresión del pecado (Éxodo 1:13-14) - Como cristianos, somos llamados a no conformarnos a este mundo, sino a ser transformados mediante la renovación de nuestra mente (Romanos 12:2). Vivimos como exiliados que resisten las influencias destructivas de estas "ciudades" mientras mantenemos nuestra esperanza en el reino venidero. 3. Rogamos por la paz de la ciudad Jeremías escribió a los exiliados en Babilonia: “Procurad la paz de la ciudad a la cual os hice llevar cautivos, y rogad por ella a Jehová; porque en su paz tendréis vosotros paz” (Jeremías 29:7) - Aunque somos ciudadanos del cielo, estamos llamados a ser agentes de paz y reconciliación en nuestras comunidades terrenales. Esto incluye orar por las autoridades (1 Timoteo 2:1-2), buscar el bienestar común y ser instrumentos de gracia en nuestras esferas de influencia. 4. Obedecemos a Dios antes que a los hombres. Cuando las leyes humanas entran en conflicto con la ley divina, los cristianos deben obedecer a Dios antes que a los hombres (Hechos 5:29). Esto no implica rebeldía innecesaria, sino una firme lealtad al Señor, incluso en el sufrimiento. Nuestra sumisión a las autoridades terrenales es condicional y siempre está subordinada a nuestra lealtad al Rey celestial. Mantener nuestra fidelidad a Dios en un mundo que lo rechaza puede traer oposición, pero es un testimonio poderoso de nuestra esperanza eterna. No podemos obedecer rectamente a los hombres si no obedecemos primeramente a Dios. 5. Nuestra nación necesita a Cristo El mundo, con sus sistemas, valores y estructuras, está lejos de los propósitos de Dios. Sin embargo, la esperanza del evangelio es que Cristo es la única solución para la transformación de las naciones (Mateo 28:19-20). Los cristianos, como sal y luz del mundo (Mateo 5:13-14), tienen la misión de proclamar el señorío de Cristo en todas las áreas de la vida. Vivir con Cristo como Rey significa que nuestras palabras y acciones proclamen Su verdad. Oremos y trabajemos para que nuestra nación experimente el poder redentor del evangelio. A los cristianos, nuestra ciudadanía celestial nos plantea el imperativo de vivir con un sentido de propósito eterno. Cada decisión que tomamos, cada acción que realizamos en esta tierra debe estar impregnada del anhelo de glorificar a Dios y de hacer visibles los valores del reino en este mundo.
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