El 4 de octubre de 1991 nadie vino a relevar al cosmonauta soviético Sergei Krikalev en la estación espacial Mir. Llevaba casi cinco meses a más de 300 kilómetros de la Tierra. Se lo olvidaron flotando en el cosmos durante 313 días. A su regreso, cuando las autoridades fueron a buscarle en su cápsula aterrizada en un lugar remoto del país, le encontraron completamente desorientado. Su patria había dejado de existir como tal. Su ciudad natal había cambiado de nombre, su sueldo ya no le alcanzaba ni para comprar un kilo de pan. El pobre Sergei Krikalev sin saberlo había regresado a otro mundo.