Hace algunos años, después de haber estado predicando en la ciudad de Padua —lugar santificado por san Antonio, un santo muy querido por mí—, unos amigos italianos me invitaron a conocer la ciudad de los canales y de las góndolas: la bella Venecia, que en tren queda a menos de una hora. 252 Allí, caminando por sus estrechas callecitas colmadas de negocios que vendían suvenires, me llamó la atención el ver que lo que más se repetían eran las máscaras de todos los tamaños, diseños y colores, con las cuales en los carnavales la gente del lugar y los turistas suelen festejar, ocultando sus rostros. Y como en nuestra vida Jesús camina siempre a nuestro lado, en un momento sentí que Él me invitaba a preguntarme y a reflexionar sobre cuáles son las máscaras o las caretas que usamos cada día. Con el deseo de profundizar en el pensamiento de “nuestras máscaras” y en los roles que vamos asumiendo a lo largo de la vida, compré una de estas pequeñas máscaras hecha de una delicada cerámica. Al regresar a Buenos Aires la colgué durante algunos días en la cartelera de la casa de oración de la comunidad, con un cartel que invitaba a los que pasábamos por allí de camino al oratorio a que nos tomásemos un tiempo para preguntarle al Señor en oración: ¿Cuáles son las máscaras que hay en mí y que debo entregar a Dios? A mi entender, las máscaras que inconscientemente nos ponemos en las etapas de la vida adulta encuentran su materia prima en los roles que asumimos durante las primeras etapas de la vida. Durante el tiempo de la escuela primaria surgen muchos de los roles que el niño asumirá y que luego afianzará durante la secundaria, en los que la imagen paterna y el contexto familiar tienen un especial preponderancia. Se consolidan papeles que aprendimos a jugar desde 253 niños, para equilibrar el sistema familiar —especialmente cuando la familia es disfuncional— y para protegernos y obtener lo que necesitábamos. Si en la edad adulta no reconocemos estos papeles, seguirán condicionándonos durante toda la vida y tendrán consecuencias en otras personas. Una familia disfuncional es una familia que no satisface las necesidades emocionales de sus miembros y en la que los conflictos, la mala conducta y muchas veces el abuso por parte de algunos miembros se producen frecuente y regularmente, lo cual lleva a otros miembros a acomodarse a tales acciones. A esa familia Dios quiere visitarla para llevarle su sanación. Disfuncional quiere decir “ineficaz” o “anómala”; pero especialmente por disfuncional se entiende que hay algo que no funciona, o cuyo funcionamiento es limitado, insuficiente y anormal. A veces los niños crecen en tales familias, con la idea de que esa situación es lo normal y que en cada familia se vive del mismo modo