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Joel había llegado hacía ya tres años a una de las más antiguas comunidades budistas del Tibet y allí ansiaba ser ordenado para convertirse en un monje ejemplar.
Todos los días, a la hora de la cena, le preguntaba a su maestro si al día siguiente se celebraría la ceremonia de su ordenación. “Todavía no estás preparado, primero debes trabajar la humildad y dominar tu ego”, le respondía su mentor.
¿Ego? El joven no entendía por qué el maestro se refería a su ego. Pensaba que merecía ascender en su camino espiritual ya que meditaba sin descanso y leía a diario las enseñanzas del Buda.
Un día, al maestro se le ocurrió una manera de demostrarle a su discípulo que todavía no estaba preparado. Antes de dar comienzo a la sesión de meditación anunció: “Quién medite mejor tendrá como premio un helado”. “De chocolate”, añadió el anciano.
Helado de chocolate
Tras un breve alboroto, los jóvenes de la comunidad comenzaron a meditar. Joel se propuso ser el que mejor meditara de todos sus compañeros. “De esta forma, le demostraré al maestro que estoy preparado para la ordenación. Y me comeré el helado”, concluyó el discípulo.
Joel consiguió centrarse en su respiración, pero al mismo tiempo visualizaba un gran helado de chocolate que iba y venía como subido en un columpio. “No puede ser, tengo que dejar de pensar en el helado u otro lo ganará”, se repetía.
Con mucho esfuerzo, Joel lograba meditar por varios minutos en los que simplemente seguía el compás de su respiración, pero enseguida se imaginaba a uno de los monjes chuperreteando el helado de chocolate. “¡Maldición!, debo ser yo quién lo consiga!”, pensaba el joven angustiado.
Cuando la sesión finalizó, el maestro explicó que todos lo habían hecho bien, salvo alguien que había pensado demasiado en el helado, es decir, en el futuro. Joel se incorporó antes de decir:
-Maestro, yo pensé en el helado. Lo admito. ¿Pero cómo puede saber que fui yo quien pensó demasiado?
-No puedo saberlo. Pero sí puedo ver que te has sentido tan aludido como para levantarte e intentar situarte por encima de tus compañeros. Así, querido Joel, es como actúa el ego: se siente atacado, cuestionado, ofendido… y pretende tener razón en el juego de ser superior a los demás.
Aquel día, Joel aprendió que todavía le quedaba mucho camino por recorrer. Trabajó su humildad y los impulsos del ego. Vivió en el presente y no intentó quedar por encima de los demás. También entendió que no le convenía identificarse con sus logros.
Así, con trabajo y paciencia, llegó el gran día. Fue aquel en el que el maestro llamó a su puerta para anunciarle que por fin estaba preparado para lo que tanto había ansiado.
Cuando llegó al templo no encontró a nadie allí. Solo una pequeña tarima y sobre ella… un helado de chocolate. Joel consiguió disfrutar del helado agradecido, sin sentirse decepcionado. Y a continuación, le ordenaron.
Fuente: https://lamenteesmaravillosa.com/monje-helado-chocolate-cuento-budista-ego/