Description
Había una vez, en lo profundo del océano, un tiburón blanco llamado Max. Max era un cazador formidable y siempre se mantenía en la cima de la cadena alimentaria marina. Sin embargo, a pesar de su imponente tamaño y fuerza, Max sentía una pasión secreta por la música. Tenía una afinidad especial por el sonido y soñaba con crear sus propias melodías algún día. Un día, mientras nadaba cerca de la superficie, Max decidió tomar un descanso en un arrecife de coral. Se dejó llevar por las corrientes suaves y cerró los ojos para disfrutar de la tranquilidad del océano. En ese momento, una canción comenzó a sonar en su cabeza. La melodía era hermosa y resonaba en su ser de una manera que nunca antes había experimentado. Mientras Max se movía al ritmo de la música en su cabeza, sintió una vibración extraña en el agua. Abrió los ojos y se encontró cara a cara con una sombra gigante que se aproximaba rápidamente hacia él. El agua se agitó y la figura emergió majestuosamente de las profundidades. Era un megalodón, una criatura legendaria que se creía extinta hace millones de años. El megalodón, llamado Magnus, era aún más grande que Max. Su presencia era imponente y su mandíbula llena de dientes afilados parecía capaz de desgarrar cualquier cosa en su camino. Sin embargo, para sorpresa de Max, Magnus no mostraba hostilidad. En cambio, el megalodón parecía intrigado por el tiburón blanco. Magnus nadó lentamente alrededor de Max, observándolo con ojos curiosos. Max, aunque intimidado, no pudo evitar sentirse atraído por la presencia imponente de Magnus. Fue entonces cuando Max notó algo sorprendente: el megalodón también estaba emitiendo música. La canción que Magnus tocaba era profunda y poderosa, como si el océano mismo estuviera hablando a través de ella. Max se dio cuenta de que estaba presenciando algo extraordinario: una conexión musical entre dos criaturas marinas que compartían una pasión común. Max comenzó a moverse al ritmo de la música de Magnus, y los dos se embarcaron en un baile submarino lleno de gracia y armonía. Mientras danzaban en sincronía, sus cuerpos se movían en perfecta coordinación, como si la música los uniera en un nivel más profundo que el de cualquier depredador o presa. A medida que el baile llegaba a su fin, Magnus emitió un último tono melodioso y desapareció en las profundidades del océano. Max se quedó solo, pero su encuentro con el megalodón había despertado algo dentro de él. A partir de ese momento, Max decidió que perseguiría su pasión por la música y crearía sus propias melodías para compartir con el mundo submarino. Desde aquel día, Max se convirtió en el tiburón músico, nadando por los océanos, componiendo canciones y compartiendo su amor por la música con todas las criaturas marinas que encontraba en su camino. Y aunque nunca volvió a ver a Magnus, el megalodón, Max siempre recordaría ese encuentro mágico que le recordó que la música puede unir incluso a las criaturas más dispares en una sinfonía de armonía y amistad. Jose Pardal