ELR. Carta de otoño a los oyentes de El Libro Rojo
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Carta de otoño Queridos oyentes y amigos de El Libro Rojo. Yo; que vine a este mundo allá donde la niebla se vuelve bóveda infranqueable. Donde las aguas río arriba solamente reflejan el gris opaco de ese techo. Donde las gotas de lluvia acarician como una cortina de seda húmeda y el asfalto se vuelve lecho infinito de charco. Yo; que fui bautizado allá donde los mares son el verde de un pinar recubierto de escarcha. Allá donde solamente puedes mirarle los dientes al invierno, sabiendo que su frío intentará devorarte. Allá donde las calles son desiertos y las persianas hibernan. Allá donde transformas la respiración en arte. Yo; que me revolqué en el barro cada mes de diciembre. Que reí enmascarado con la arena mojada de mi cara cada martes, cada jueves, cada viernes, cada domingo. Yo; que no le tuve miedo al rugido del termómetro, porque con su caída venía mi gozo, con su negatividad mi entereza. Yo que escuché sin piedad los cantos de los dioses del norte, los gigantes del hielo, los espíritus del gélido bosque. Yo, que quise pasar mis días entre sus filas. Yo, que he caminado sobre las alfombras de todos los otoños, sin más compañía que la de mi moribunda pero fiel sombra. Sin más conversación que la de la agraciada soledad. Yo. Que por todo ello debería estar amando esta parte del ciclo. Esta parte en la que el sol se vuelve nube. En la que el día se hace noche. En la que el tiempo se hace pausa. Y sin embargo no. No la amo. No la amo porque la oscuridad es ahora mi más terrible némesis. El silencio es el monstruo invisible que me acecha desde el otro lado de la cama. El frío es el mordisco caníbal en mis huesos. Y la humedad la sanguijuela que se embriaga de mi sangre en una dionisíaca orgía. Ya no la amo. Cada otoño es lo mismo. Asesino de la luz. Carroñero que disimula su crueldad bajo un disfraz de embaucadores colores. Ocres. Rojos. Naranjas. Amarillos. Marrones. Una máscara de oro para el verdugo con piel de cordero. Cada cosa tiene su momento. Cada momento tiene su virtud. Pero en estos meses de luces de neón, de ramas despellejadas, de noches omnipresentes… yo ya no encuentro la virtud del momento. Nadie es caballero suficiente para enfrentarse al dragón de lo inevitable. Yo tampoco. Todos necesitamos que nos cuiden. Yo también. Cuando el reloj de la plaza marque las doce en el último día del año el contador se pondrá de nuevo a cero. Acompañadme entonces en un nuevo viaje de retorno a las fuentes de lo sagrado. Que el nuevo ciclo nos traiga un nuevo capítulo de este negro Libro Rojo.
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