En el año 2014, más de 300 personas, 250 de ellas estudiantes de un instituto de alrededor de 16 años, se hundieron cuando viajaban a la isla de Jeju. Las órdenes: que se quedaran donde estaban. Mientras muchos de ellos agonizaban intentando romper las ventanas del barco para poder huir, otros eran rescatados por barcos pesqueros de civiles que se encontraban en la zona.
El Gobierno de Corea del Sur denegó la ayuda de dos barcos que estaban muy cerca de donde se produjo el naufragio, uno nortemericano y otro japonés, pero tampoco hizo nada por rescatar a los pasajeros. Simplemente se limitaron a mirar desde el aire y desde el mar.
El Capitan huyó, haciéndose pasar por un pasajero y fue uno de los rescatados, junto a la mayoría de miembros de la tripulación. Unos pocos dieron su vida por rescatar a los adolescentes que no sabían que tenían que salir al exterior del barco. El interior se convirtió en una auténtica ratonera.
Fueron buzos civiles los que durante 2 meses sacaron cuerpos del fondo del mar, 5 de ellos no han sido nunca encontrados.
Una cadena de horror, tristeza y muerte que afectó a gente que ni tan siquiera iba ese día en el ferry. Fue la consecuencia de unos actos negligentes que en Corea del Sur jamás olvidarán.
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