La historia del retrete, el moralismo cristiano y nuestros desechos como recursos
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Para muchas civilizaciones antiguas como los griegos, los persas, los egipcios, los bizantinos, árabes y turcos el retrete y un sistema para gestionar las excretas humanas fue parte crucial del desarrollo de sus ciudades.
Aquellas civilizaciones se conocieron, más tarde, bajo el término de civilizaciones hidráulicas, existiendo registros del desarrollo de complejos sistemas de abastecimiento de agua, sistema de riego y de alcantarillado.
Para los Romanos, tanto los baños como las letrinas eran lugares públicos y de socialización: se sentaban uno al lado de otro en letrinas comunales y las personas hacían sus necesidades mientras interactuaban o debatían sobre diversos temas.
A partir de la caída del Imperio Romano y el surgimiento del moralismo cristiano esta concepción pública del retrete cambió y las condiciones sanitarias retrocedieron.
La iglesia católica sentenció que “todo lo que tuviera que ver con despejar el vientre era inmoral”, lo que afectó la relación de las personas con la higiene, que "pasó de ser una necesidad básica y colectiva a una práctica individual casi pecaminosa".
Desde ese momento y hasta la edad media entramos en un periodo donde no se construyeron redes de alcantarillado y la gestión de las excretas se individualizó y quedó en manos de cada familia.
Al no haber sistemas de alcantarillado las excretas se arrojaban a los ríos cercanos, en terrenos baldíos o en la misma calle, lo que propiciaba la propagación de muchas enfermedades.
Poco a poco, y de la mano de nuevos sistemas de alcantarillado, se fue innovando, desarrollando y masificando el uso del “retrete de flujo y descarga” que todos conocemos hoy en día.
Pero debemos reparar que todo el desarrollo histórico y actual de los sistemas de saneamiento presentan en si mismo un error conceptual y tecnológico, al desestimar que nuestras excretas son materia orgánica, que contienen nutrientes como potasio, fósforo y nitrógeno que en vez de considerarlos un desecho, lo lógico es verlas como un valioso recurso.
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Su Museo de la Tierra Comestible, con sede en Ámsterdam pero con vocación itinerante, reúne más de 400 muestras de 34 países diferentes.
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