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Las preguntas, si son buenas, nos muestran el camino de la verdad porque contienen en sí mismas el germen de las respuestas adecuadas.
“¿Qué hacen los edificios con las personas?”, podría ser una de esas preguntas.
Perdemos muchas veces de vista la razón por la que construimos como construimos y el resultado, lejos de conseguir la mejora de la calidad de vida, la menoscaba.
El Síndrome del Edificio Enfermo, hoy claramente tipificado, nos habla precisamente de la afección que el ambiente interior de los edificios, especialmente los más tecnificados, tienen sobre la salud de las personas.
En los años 70, el ideal de conseguir espacios herméticos atemperados dio lugar a edificios que hoy caracterizamos como enfermos e insostenibles.
La experimentación en entornos reales, por su parte, ha demostrado recientemente que el uso que las personas hacen de ellos no coincide con las previsiones de los modelos de confort nacidos en la época.
Y esto es especialmente cierto en edificios ventilados naturalmente, en los que las personas son capaces de ajustar sus expectativas de bienestar a las condiciones climáticas exteriores.
Frente a los modelos de balance neto, que otorgaban a las personas el papel de meros termostatos, surgen modelos adaptativos que ponen en valor la capacidad de adaptación del ser humano a su entorno.
En contacto con nuestro medio, somos capaces de poner en marcha estrategias fisiológicas, psicológicas y comportamentales que amplían los márgenes de las condiciones en las que sentimos satisfacción higrotérmica.
Algunos estudios sugieren que, frente a la propuesta imperante de aislar los edificios, la ventilación natural ofrece posibilidades de ahorro energético de entre un 20 y un 50%, en función del clima de que se trate.
Aprovechar este potencial, precisamente en estos momentos históricos, supondría reconsiderar el propio modelo vigente de ser humano y recuperar su papel como organismo activo y creativo en su relación con su entorno edificado.
Poner a las personas en el centro supone un cambio de perspectiva que nos pone en la pista de las respuestas justas, proporcionadas y apropiadas que requiere una arquitectura que nos haga más humanos.
La artista rusa Masha Ru lleva más de 10 años coleccionando muestras de tierra comestible.
Su Museo de la Tierra Comestible, con sede en Ámsterdam pero con vocación itinerante, reúne más de 400 muestras de 34 países diferentes.
Sus catas de tierra han despertado el interés de gentes del mundo...
Published 04/21/23
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Published 03/18/23