Dios habla en Su Palabra
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24/09/2024 – Sólo Dios podía romper el silencio de los cielos e irrumpir en el silencio del corazón; sólo Él podía decirnos –como ningún otro- palabras de amor. Es cuanto ha sucedido en su revelación, primero al pueblo elegido, Israel, y luego en Jesucristo, la palabra hecha carne. Su madre y sus hermanos fueron a verlo, pero no pudieron acercarse a causa de la multitud.Entonces le anunciaron a Jesús: “Tu madre y tus hermanos están ahí afuera y quieren verte”.Pero él les respondió: “Mi madre y mis hermanos son los que escuchan la Palabra de Dios y la practican”.San Lucas 8,19-21 Dios habla a través de acontecimientos y palabras íntimamente conectados, Él se comunica a sí mismo a los hombres. Puestos por escrito bajo la inspiración de su Espíritu, estos textos constituyen la Sagrada Escritura, el morar de la Palabra de Dios en las palabras de los hombres. ¡La Palabra de Dios es Dios mismo en el signo de su palabra! Ella participa de su poder: “Como bajan la lluvia y la nieve del cielo, y no vuelven allá, sino que empapan la tierra, la fecundan y la hacen germinar, para que dé semilla al sembrador y pan para comer, así será mi Palabra, que sale de mi boca: no volverá a mí vacía, sino que hará mi voluntad y cumplirá mi encargo.” (Isaías 55, 10-11). El término hebraico dabar, traducido habitualmente como “palabra”, significa tanto palabra como acción; por eso los diez mandamientos son nombrados en hebraico como “las diez palabras” para indicar que ellos expresan al mismo tiempo las exigencias del amor de Dios y la ayuda que Él da para corresponderle. El Señor dice lo que hace y hace lo que dice. En el Antiguo Testamento anuncia a los hijos de Israel la venida del Mesías y la instauración de una nueva alianza; en el Verbo hecho carne cumple sus promesas más allá de toda expectativa. El Primero y el Nuevo Testamento nos narran la historia de su amor por nosotros, según un camino por el cual Dios educa a su pueblo para el don de la alianza cumplida: ¡el Antiguo Testamento se ilumina en el Nuevo y el Nuevo es preparado en el Antiguo! ¿Cómo podría el árbol del cumplimiento ser menos que la raíz de la cual viene? “Si es santa la raíz, lo serán las ramas…recuerda que no eres tú quien mantiene a la raíz, sino la raíz a ti” (Romanos 11, 16 y 18). ¡Por eso, los discípulos de Jesús, amamos las Escrituras que Él mismo ha amado! La Palabra se hace carne “Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros” (Juan 1, 14). El cumplimiento de la revelación, don supremo del amor divino, es Jesucristo, el Hijo de Dios hecho hombre por nosotros, la Palabra única, perfecta y definitiva del Padre, quien en Él nos dice todo y nos dona todo. “En el pasado muchas veces y de muchas formas habló Dios a nuestros padres por medio de los profetas. En esta etapa final nos ha hablado por medio de su Hijo, a quien nombró heredero de todo, y por quien creó el universo” (Hebreos 1, 1-2). En Jesús los textos del Primer Testamento adquieren y manifiestan su pleno significado: “Toda la Escritura es un libro solo y este libro es Cristo” (Hugo de san Victor, El arca de Noé, II, 8] Nutrirse de la Escritura es nutrirse de Cristo: “La ignorancia de las Escrituras –afirma san Jerónimo- es ignorancia de Cristo” (Comentario al profeta Isaías, PL 24,17). Quien quiera vivir de Jesús debe escuchar incesantemente las divinas Escrituras, sin excluir ninguna. En ellas se revela el rostro del Amado, tanto en el hoy que pasa como en el día del amor sin fin.: “Busco tu rostro, Señor, buscar el rostro de Jesús debe ser el anhelo de todos nosotros los cristianos… Si perseveramos en el buscar el rostro del Señor, al término de nuestro peregrinar terrenal será Él, Jesús,
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