Contemplar a Jesús: La respuesta a nuestra mayor esperanza
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El tetrarca Herodes se enteró de todo lo que pasaba, y estaba muy desconcertado porque algunos decían: “Es Juan, que ha resucitado”. Otros decían: “Es Elías, que se ha aparecido”, y otros: “Es uno de los antiguos profetas que ha resucitado”. Pero Herodes decía: “A Juan lo hice decapitar. Entonces, ¿quién es este del que oigo decir semejantes cosas?”. Y trataba de verlo. San Lucas 9,7-9 I Querer ver a Jesús San Lucas nos dice que Herodes deseaba encontrar a Jesús: buscaba la manera de verle1. Le llegaban frecuentes noticias del Maestro y quería conocerlo. Muchas de las personas que aparecen a lo largo del Evangelio muestran su interés por ver a Jesús. Los Magos se presentan en Jerusalén preguntando: ¿Dónde está el Rey de los judíos que ha nacido?2. Y declaran enseguida su propósito: vimos su estrella en el Oriente y hemos venido a adorarle: su propósito es bien distinto del de Herodes. Le encontraron en el regazo de María. En otra ocasión son unos gentiles llegados a Jerusalén los que se acercan a Felipe para decirle: Queremos ver a Jesús3. Y en circunstancias bien diversas, la Virgen, acompañada de unos parientes, bajó desde Nazaret a Cafarnaún porque deseaba verle. Había tanta gente en la casa que hubieron de avisarle: Tu Madre y tus hermanos están fueran y quieren verte4. ¿Podremos imaginar el interés y el amor que movieron a María a encontrarse con su Hijo? Contemplar a Jesús, conocerle, tratarle es también nuestro mayor deseo y nuestra mayor esperanza. Nada se puede comparar a este don. Herodes, teniéndole tan cerca, no supo ver al Señor; incluso tuvo la oportunidad de poder ser enseñado por el Bautista –el que señalaba con el dedo al Mesías que había llegado ya– y, en vez de seguir sus enseñanzas, le mandó matar. Ocurrió con Herodes como con aquellos fariseos a los que el Señor dirige la profecía de Isaías: Con el oído oiréis, pero no entenderéis, con la vista miraréis, pero no veréis. Porque se ha embotado el corazón de este pueblo, han hecho duros sus oídos y han cerrado sus ojos…5. Por el contrario, los Apóstoles tuvieron la inmensa suerte de tener presente al Mesías, y con Él todo lo que podían desear. Bienaventurados, en cambio, vuestros ojos porque ven y vuestros oídos porque oyen6, les dice el Maestro. Los grandes Patriarcas y los mayores Profetas del Antiguo Testamento nada vieron en comparación a lo que ahora pueden contemplar sus discípulos. Moisés contempló la zarza ardiente como símbolo de Dios Vivo7. Jacob, después de su lucha con aquel misterioso personaje, pudo decir: He visto cara a cara a Dios8; y lo mismo Gedeón: He visto cara a cara a Yahvé9…, pero estas visiones eran oscuras y poco precisas en comparación con la claridad de aquellos que ven a Cristo cara a cara. Pues en verdad os digo que muchos profetas y justos ansiaron ver lo que vosotros estáis viendo…10. La gloria de Esteban –el primero que dio su vida por el Maestro– consistirá precisamente en eso: en ver los Cielos abiertos y a Jesús sentado a la derecha del Padre11. Jesús vive y está muy cerca de nuestros quehaceres normales. Estamos llamados a purificar nuestra mirada para contemplarlo. Su rostro amable será siempre el principal motivo para ser fieles en los momentos difíciles y en las tareas de cada día. Le diremos muchas veces, con palabras de los Salmos: 12, buscaré, Señor, tu rostro… siempre y en todas las cosas. II. Buscar para encontrarlo La Virgen y San José buscaron a Jesús durante tres días, y lo encontraron14. Zaqueo, que también deseaba verlo, puso los medios y el Maestro se le adelantó invitándose a su casa15. Las multitudes que salieron en su busca tuvieron luego la dicha de estar con Él16. Nadie que de verdad haya buscado a Cristo ha quedado def...
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