Catequesis
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21/10/2024 – En la parábola del hombre rico, Jesús nos alerta sobre los peligros de la avaricia y la autosuficiencia. A través de su enseñanza, nos invita a reflexionar sobre el verdadero sentido de la vida, que no se encuentra en acumular bienes materiales, sino en compartir y vivir en comunión con los demás y con Dios. En aquel tiempo: Uno de la multitud le dijo: “Maestro, dile a mi hermano que comparta conmigo la herencia”. Jesús le respondió: “Amigo, ¿quién me ha constituido juez o árbitro entre ustedes?”. Después les dijo: “Cuídense de toda avaricia, porque aún en medio de la abundancia, la vida de un hombre no está asegurada por sus riquezas”. Les dijo entonces una parábola: “Había un hombre rico, cuyas tierras habían producido mucho, y se preguntaba a sí mismo: ‘¿Qué voy a hacer? No tengo dónde guardar mi cosecha’.Después pensó: ‘Voy a hacer esto: demoleré mis graneros, construiré otros más grandes y amontonaré allí todo mi trigo y mis bienes, y diré a mi alma: Alma mía, tienes bienes almacenados para muchos años; descansa, come, bebe y date buena vida’. Pero Dios le dijo: ‘Insensato, esta misma noche vas a morir. ¿Y para quién será lo que has amontonado?’. Esto es lo que sucede al que acumula riquezas para sí, y no es rico a los ojos de Dios”. San Lucas 12,13-21. Jesús habla en un contexto muy particular. Conoció en Galilea una grave crisis económica, mientras en Tiberíades crecían las riquezas. Los campesinos se quedaban sin tierras mientras los terratenientes construían silos cada vez más grandes. Jesús habla con claridad en esta comparación. Un terrateniente que cosecha sobreabundantemente, que lo lleva a preguntarse ¿y ahora qué hago? Lo mismo se plantean los campesinos ¿nos tendrá en cuenta?. El rico obró desde el sentirse poderoso, desde la inseguridad y la desconfianza, obró desde la necedad dirá Jesús. No lo va a compartir ni abrirá el juego. Sólo quiere disfrutar de la sobreabundancia él solo, sin darse cuenta cuánto tiene para dar y para compartir. Su corazón se ha cerrado: descansa, come, bebe, date una buena vida. Es lo que le sale como posible en su esquema estrecho. Allí interviene Dios: ¿de qué te sirve acumular todo, qué te llevarás a la hora de tu muerte, qué sentido tiene?. La parábola desenmascara la realidad. El rico no es un monstruo sino que hace lo que está acostumbrado a ser, autorreferencial, incapaz de pensar críticamente. Él sabe la lógica de acaparar y entiende que allí está su descanso; no tiene ojos para mirar a otros, sólo le alcanza la mirada para verse a sí mismo. Esta es la verdad de un mundo que puede frente a otro que no puede, es la realidad de la desigualdad de la sociedad donde vivimos. La desigualdad es grande y por eso el Señor nos invita a reflexionar con esta parábola. Sobre el tener, sobre el sentido real del descanso y reposo que no está en el bienestar ni en el acumular. Somos peregrinos, no hay tiempo para detenerse en la marcha sino sólo para compartir y seguir avanzando. olvidándose de la trascendencia y del compartir El “bienestar” no nos hace bien El protagonista de la pequeña historia hecha parábola, el terrateniente, un hombre poderoso que explota sin piedad a los campesinos, pensando sólo en su “bienestar”. Son los “afortunados” del pueblo, sin embargo Jesús los considera insensatos. Sorprendido por la cosecha que desbordan sus expectativas, está obligado a reflexionar sobre su proceder. No tener es un problema, y parece que tener de más también es una dificultad. Habla consigo mismo y en su horizonte no aparece nadie más: parece no tener esposa ni hijos, vecinos ni amigos.
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