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Desde aquí pareciera que da lo mismo Kamala que Trump. Para países como el nuestro que apenas estamos en el radar del mundo la presidencia de los Estados Unidos no altera mucho el devenir.
Probablemente para la gran masa de dominicanos residentes en los Estados Unidos tampoco.
Un millón de dominicanos puede votar en ese país pero es muy poco probable que lo haga porque en línea general el migrante se acurruca, se cuida y, en el caso dominicano, participa más de la política local que la del país donde duerme y se levanta todos los días.
Solo en NY más de 350 mil están registrados para votar y eso es la mitad de los 700 mil que permitieron al actual alcalde de NY ganar esa posición.
La inercia del migrante dominicano es curiosa porque el tema de la migración es uno quizás el más relevante en el proceso electoral de los Estados Unidos.
El discurso del ex presidente Trump ha dividido ese país entre los WASP (blanco, anglosajón y protestante) y el resto.
Y eso incluye la negación de derechos adquiridos para los migrantes y otras minorías.
Les comentaba como la televisión alemana ha puesto en evidencia la hipocresía norteamericana, que es la misma en el mundo entero, hacia los migrantes.
Datos de la oficina del Censo de Estados Unidos revelan que el 64% del trabajo doméstico o parecido en Estados Unidos lo realizan migrantes latinoamericanos. El resto migrantes de otros países. La mitad de ellos ya son ciudadanos de los Estados Unidos y podrían votar.
Digo podría porque si el resto de los migrantes tuviera una conducta parecida a los dominicanos no lo harán aunque se esté definiendo su futuro inmediato.
Parte de nuestro drama es una población que todavía no mide el impacto de las decisiones políticas en su futuro inmediato. El americano blanco lo sabe y fortalece su apuesta, ojalá que el otro bando lo aprenda pronto.