La historia del asesinato de Grigori Rasputín, el místico siberiano que ligó su vida a la de los últimes zares rusos, resulta tan inverosímil como cautivadora. El starets (místico) se ganó el odio de la familia real por la enorme influencia que ejercía sobre Nicolás II y Alexandra, ya que era el único que podía controlar la enfermedad de su hijo Alexei, la hemofilia. Cuando la dependencia de los zares hacia el sanador se hizo tan estrecha que éste se convirtió en el poder detrás del poder, miembros de la familia real se confabularon para asesinarlo. Conocemos la historia por las memorias de dos de los conjurados: Vládimir Purishkiévich y el príncipe Félix Yusúpov. La noche del 16 de diciembre de 1916, Rasputín fue invitado por Yusúpov a su palacio y éste le recibió en un salón del sótano de la residencia, mientras en el piso superior aguardaban sus cómplices. Félix ofreció a su invitado pastelillos y vino envenenados con cianuro. El starets ingirió veneno como para matar un regimiento, pero no le hizo efecto. Desesperado, Yusúpov optó por dispararle al pecho. Los conspiradores lo dejaron solo, tirado en el sótano, pero el príncipe regresó a los pocos minutos a cerciorarse de que estaba muerto. Cuando se inclinó sobre el cuerpo de Rasputín, éste abrió los ojos, los clavó sobre su asesino y lo asió del cuello antes de ponerse de pie y salir huyendo al patio, arrastrándose por la nieve. Purishkiévich lo alcanzó y le disparó en la espalda y en la cabeza. Después, Félix le golpeó repetidamente el cráneo con una barra de hierro. Finalmente, lo arrojaron al río Neva por un agujero en el hielo. Fue encontrado dos días después. Hoy día los historiadores encuentran el relato poco creíble y buscan explicaciones lógicas a esa inverosímil resistencia del starets a la muerte: la disolución del cianuro en la bebida no era la correcta; Rasputín nunca comía dulces para no perder sus poderes; el disparo de Yusúpov solo le hirió, puesto que éste no manejaba bien las armas… Nunca sabremos con certeza lo que sucedió esa noche, pero el relato en torno a su muerte parece el adecuado para el siniestro personaje que condujo a los soberanos rusos y a su imperio, al abismo.