En un rincón olvidado de la realidad, se gestaba el ocaso inexorable de la existencia. Tres almas, cargadas de angustia, deambulaban por un mundo desprovisto de propósito, condenadas a languidecer en medio del silencio aplastante. Aquel era el instante en que el tiempo, agotado, se desvanecía en el abismo del olvido. Nadie sabía a ciencia cierta cómo habían llegado aquel momento, ni mucho menos qué fuerza implacable subyacía detrás de su llegada. Solo quedaba la certeza inefable de que todo, absolutamente todo, estaba destinado al fin. En ese escenario desolador, donde los colores habían perdido su brillo y los rostros su expresión, los tres sujetos se erguían en solitario. Sus rostros enigmáticos reflejaban las preguntas sin respuesta que la humanidad se había planteado durante milenios; sus ojos, cansados y desgastados, marcaban la ausencia de esperanza en sus seres. Sus mentes, víctimas de pensamientos demolidores, luchaban por dar sentido a la insondable desolación que se extendía ante ellos. El viento, que susurraba suavemente entre los ruinosos edificios, parecía cargar con el peso de la despedida eterna. Estos personajes, conscientes de que el destino inexorable había llegado, contemplaban la masa grisácea y desolada que se extendía más allá del horizonte. En aquel lugar donde una vez hubo vida, ahora solo quedaba el silencio sepulcral y el anhelo de lo que alguna vez fue. Con cada paso que daban, podían sentir en sus huesos la agonía que se imponía sobre el mundo. En cada escombro, encontraban la tristeza plasmada de aquellos que se habían rendido antes del final. Las calles desiertas, testigos mudos del destino truncado de la humanidad, se perdían en la distancia como las líneas de un escrito que ya no era recordado. Lentamente se adentraron en las profundidades de aquel cosmos agonizante, en busca de alguna respuesta que permitiera comprender el sinsentido de la tragedia. Sus pensamientos, enredados en un nudo existencial, se perdían en un laberinto de incertidumbre mientras sus almas se desgarraban en la inmensidad del desamparo. La soledad era su única compañera, una aliada incondicional en esta danza de devastación. A medida que los minutos se desvanecían, sus cuerpos se iban volviendo cada vez más ligeros, como si el mundo se llevara consigo todo rastro de su propia materia. Pero mientras el tiempo se precipitaba hacia el abismo, los hombres no dejaban de preguntarse: ¿cuál era el sentido de existir si todo terminaba en el mismo vacío del que se originó? En un último intento desesperado por hallar alguna razón, se detuvieron en medio de la desolación. Sus ojos, ahora llenos de una lucidez inusitada, contemplaron el horizonte que se desvanecía sin remedio. Sin embargo, en ese instante de claridad trascendental, encontraron una respuesta que, aunque efímera, iluminaba la oscuridad que les envolvía. En sus mentes, resonaba la voz de la conciencia colectiva del universo, susurros del eterno absurdo de la existencia. En ese último aliento de vida, comprendieron que el fin del mundo era el epílogo necesario de la gran narrativa cósmica. Que el sentido último radicaba en la belleza efímera de los encuentros, en la pasión de cada latido, en la capacidad de la humanidad de crear y dar sentido a su propia historia. Y así, en mitad del éxodo final, los hombres se fusionaron con la vastedad del universo. El tumulto del caos fue ensalzado en la armonía de sus propios seres, mientras sus mentes y espíritus se esfumaban en la nada. Y en aquel instante único, en pleno apogeo de la extinción, comprendieron que la grandeza del ser humano radicaba en su fortaleza para dignificar su existencia, incluso en el enfrentamiento más desgarrador con la inevitabilidad del final. ... Así es como el equipo de Stylos podcast imagina el fin del mundo, sin embargo hay múltiples teorías sobre las cuales nos gustaría hablarles el día de hoy, así que despu