La persona que tiene una conversión muy profunda tiene una gran conciencia de las garras del pecado, del error y de satanás y aprende a amar inmensamente las manos blandas y amorosas de Papá Dios.
La verdadera inclusión supone misioneros, predicación, aceptación del Nombre de Cristo, acogida de la gracia, una auténtica conversión y una vivencia de los sacramentos.