Description
La temprana muerte de Miguel Hernández en su presidio alicantino, sin llegar a cumplir los 32 años y sin recibir tratamiento contra la tuberculosis, fue inmerecida. Consumido por la enfermedad, se fue a la tumba con los ojos abiertos porque nadie se los pudo cerrar. Y si triste fue su muerte aquel Sábado de Pasión del año 42, el entierro no fue mejor.