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A veces, simplemente nos quedamos sin palabras frente a eventos, noticias o circunstancias inesperadas. La vida tiene una forma peculiar de sorprendernos. Entonces, ¿qué hacer cuando ya no hay palabras? Una respuesta sencilla es “esperar”. La espera puede ser difícil, incluso angustiante, pero también se convierte en un instrumento donde Dios nos enseña, nos anima y nos fortalece.
Cuando faltan las palabras, siempre queda el silencio. Es en ese salón de espera y en el silencio donde Dios se hace real, llenándonos de Su paz y haciendo palpable Su presencia. En ese silencio, en el susurro apacible, escuchamos Su dulce voz y Sus promesas se vuelven más reales. Ahí, nuestras dudas se disipan y comprendemos que nuestros esfuerzos por sí solos nunca son suficientes. Cuando se acaban nuestras palabras, es cuando comienzan las palabras de Dios. Él irrumpe en el silencio si le permitimos hablar de manera clara y veraz.
Si te has quedado sin palabras, no te preocupes. Dios nunca se queda sin qué decir. Quizá Él permite tu silencio para que realmente escuches Su voz. Entonces, ¿le estás escuchando? La Biblia dice en Salmo 29:4, “La voz del Señor es potente; la voz del Señor es majestuosa” (NTV).
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