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¿Has conocido a alguien que se deje controlar por la ira? Aristóteles dijo: “Cualquiera puede enojarse, pero enojarse con la persona correcta, en la medida correcta, en el momento correcto, por la causa correcta y del modo correcto, no es fácil”. La ira es una reacción emocional a algo que nos molesta, y aunque no es pecado en sí misma —incluso Dios puede airarse justamente (Deut. 9:8)—, la Biblia compara la ira con el fuego, un fuego que puede propagarse y destruir si no es apagado por el perdón amoroso que proviene de Dios.
La ira latente se convierte en malicia; la ira descontrolada en furia. Es posible enojarse sin pecar, pero debemos resolver el asunto rápidamente, sin dejar que el sol se ponga sobre nuestro enojo. Tanto la mentira como la ira dan lugar al diablo. Horacio decía que “la ira es una locura momentánea”. Salomón, en su sabiduría, aconseja: “La blanda respuesta quita la ira; más la palabra áspera hace subir el furor” (Proverbios 15:1).
Por lo tanto, no practiques la ira, ya que de ella no sale nada bueno. En cambio, pídele a Dios que controle tus emociones. Te aseguro que Él te ayudará. La Biblia dice en Romanos 12:19, “19 No os venguéis vosotros mismos, amados míos, sino dejad lugar a la ira de Dios; porque escrito está: Mía es la venganza, yo pagaré, dice el Señor” (RV1960).
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