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La doctrina de la santificación es una de las más desafiantes de la vida cristiana, pues demanda pasar de la teoría a la práctica. Vivir en santidad no es un proceso pasivo ni automático, sino que requiere la participación activa de cada cristiano. De hecho, la Biblia utiliza metáforas de esfuerzo físico y batalla para describir este proceso: la vida cristiana es una "carrera" que debemos correr con perseverancia (Hebreos 12:1), y es también una "lucha" constante contra el pecado y la tentación (1 Timoteo 6:12).
Dios nos ha dado todo lo necesario para nuestra santificación, pero así mismo nos hace responsables de avanzar en ella. Filipenses 2:12-13 nos exhorta: "Ocupaos en vuestra salvación con temor y temblor; porque Dios es el que en vosotros produce así el querer como el hacer, por su buena voluntad". Esta concordancia entre la gracia de Dios y nuestro esfuerzo activo es clave para entender que Dios es quien nos equipa para la santidad y nosotros somos los que se ejercitan en la santidad. No podemos crecer en santidad sin sudor. No es posible vivir una vida santa en Cristo si no nos dedicamos intencional y persistentemente a luchar contra el pecado y a cultivar las virtudes que Dios nos manda.
La santidad no es algo que obtenemos de manera pasiva, sino con “sudor y esfuerzo”, siempre bajo la gracia de Dios, en su poder y providencia. Si queremos crecer en santidad, debemos estar dispuestos a esforzarnos, a correr la carrera con perseverancia, a luchar la buena batalla de la fe. La santificación no ocurre de la noche a la mañana, pero si seguimos buscando sabiduría, actuamos con urgencia, nos determinamos a seguir adelante, obedecemos a Dios y asumimos nuestra responsabilidad, podremos ver cómo Dios nos transforma día a día, conformándonos a la imagen de Su Hijo.
Como dijo John Owen: “Mata el pecado o el pecado te matará”. No dejemos de "sudar" en nuestra búsqueda por la santidad.
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Published 11/19/24
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