No hay cristianismo PASIVO
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Las obras en la vida cristiana no son el fundamento de nuestra salvación, sino una consecuencia necesaria y evidente de la obra redentora de Cristo. Necesitamos comprender la relación entre las obras y la fe cristiana, para darle a la obediencia y a nuestra conducta el lugar y proporción adecuados dentro de la vida cristiana: 1) Salvación: no por obras, pero no sin santidad La salvación es por gracia, mediante la fe, y no por obras (Efesios 2:8-9). Esto significa que ningún esfuerzo humano, ninguna obra moral, puede ganarnos el favor de Dios o contribuir a nuestra justificación. Somos declarados justos solo por la obra de Cristo, quien cumplió perfectamente la Ley de Dios en nuestro lugar. Sin embargo, la Escritura es clara en que aunque no somos salvos por las obras, tampoco somos salvos sin ellas. Santiago 2:17 afirma que "la fe sin obras es muerta". Las obras, entonces, son la evidencia de una fe viva, una señal de que el Espíritu Santo está operando en el creyente, transformando su vida hacia la santidad. Así como el árbol se conoce por sus frutos, un verdadero cristiano debe ser conocido por sus obras de amor, justicia y misericordia, como fruto de la obra redentora de Cristo. 2) En la iglesia no hay "miembros pasivos" La iglesia es el cuerpo de Cristo, donde cada miembro tiene un papel y una función específica (1 Corintios 12:12-27). No hay lugar para la pasividad en la comunidad de creyentes. La Escritura nos exhorta a que, al haber recibido dones espirituales, los usemos para edificar a los demás (1 Pedro 4:10). Ser un seguidor de Cristo implica un llamado activo a la obediencia, a la adoración, al servicio, a la participación en la misión de la iglesia, y al compromiso con el bienestar espiritual y material de los demás. En el cristianismo no somos espectadores, sino participantes en la obra de Dios en el mundo. La pasividad espiritual es incompatible con la vida nueva en Cristo, ya que Su Espíritu nos impulsa hacia el amor, el servicio y la santidad. 3) La santidad se conjuga en presente continuo La santificación, el proceso por el cual somos conformados a la imagen de Cristo, es una obra continua en la vida del creyente. La santidad no es un estado estático que alcanzamos una vez, sino una realidad dinámica que debe manifestarse diariamente. En Filipenses 2:12, Pablo nos exhorta a "ocuparnos en nuestra salvación con temor y temblor", lo que implica una vida de constante crecimiento en la gracia y en la obediencia a Dios. Este "presente continuo" de la santidad refleja el llamado diario a morir al pecado y vivir para Cristo (Romanos 6:11). La santidad no es solo una meta futura, sino una práctica diaria, donde las obras de justicia, amor y servicio revelan la transformación continua que el Espíritu Santo está obrando en nosotros. EL EFECTO DE LA OBRA DE CRISTO. Es así, que las obras en la vida cristiana son el fruto, el efecto inevitable de la obra redentora de Cristo. Aunque no son la base de nuestra salvación, son una evidencia clara de que hemos sido salvados, llamados a vivir en santidad, obediencia y servicio. Lejos de la pasividad o el antinomianismo, los creyentes son transformados de manera continua por la gracia de Dios para reflejar Su santidad en todo lo que hacen. Así, nuestras vidas dan testimonio de la gracia de Dios en Cristo, llevando gloria a Su nombre.
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