PARTIR de aquí, LLEGAR con Cristo
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El luto de un funeral cristiano reconoce la separación dolorosa y la pérdida de la compañía terrenal, pero está lleno de consuelo y esperanza. Sabemos que el ser amado que partió en Cristo descansa en paz, acogido en el amor eterno de Dios. Para quienes quedan, el funeral es una despedida momentánea; para el creyente fallecido, es la bienvenida a la plenitud de gozo y descanso en la presencia de Cristo. Aunque sentimos el vacío de la ausencia, nos consuela saber que en la morada celestial hay una celebración. Por eso, como Pablo nos exhorta, "no os entristezcáis como los que no tienen esperanza" (1 Tesalonicenses 4:13). En 2 Corintios 5:1-2, Pablo describe el cuerpo humano como una "morada terrenal" que se desmorona, en contraste con la "casa eterna en los cielos" hecha por Dios. Esta afirmación no solo alienta a ver nuestras aflicciones presentes a la luz de lo eterno, sino que nos recuerda que nuestra verdadera pertenencia y residencia no están aquí. La esperanza cristiana es el gozo seguro de que, aunque nuestra carne se debilite, Dios ha preparado para nosotros una vida gloriosa, incorruptible y sin fin en Su presencia. Cada tribulación y aflicción momentánea, nos hace anhelar más y más la redención plena en Cristo, que nos ha prometido cielos nuevos, tierra nueva y resurrección para dicha eterna. 1. Cuando estemos ausentes en la tierra, estaremos presentes en Cristo En 2 Corintios 5:6, Pablo asegura que mientras estemos "ausentes del cuerpo" estaremos "presentes con el Señor". Este es el consuelo absoluto de la fe cristiana: la muerte no es un fin oscuro sino una entrada directa a la presencia de Cristo. Aquí encontramos una promesa tan vibrante como cierta, por la cual podemos vivir con paz y morir con confianza. Esta esperanza da razón para vivir con fe aquí, deseando con anhelo estar en comunión directa con Cristo. Cada paso en esta vida nos prepara para el momento en que seremos "arrebatados" a la visión plena de Aquel que amamos, donde toda sombra de dolor, pecado y separación quedará atrás para siempre (Filipenses 1:21-23). 2. La esperanza en la resurrección no es fe ciega; el sepulcro de Cristo es la garantía La resurrección de Cristo es la piedra angular de nuestra esperanza. No es una ilusión ni un deseo incierto; es una certeza establecida en la historia. Al resucitar, Cristo venció a la muerte y abrió el camino para todos los que creen en Él. Su tumba vacía es la garantía irrefutable de que los que están unidos a Él en la fe también resucitarán. La promesa de una vida nueva y glorificada descansa en el hecho histórico de Su victoria sobre el sepulcro, lo cual da fundamento sólido a nuestra esperanza de la vida eterna. Como declara el apóstol Pedro, "nos hizo renacer para una esperanza viva, por la resurrección de Jesucristo de los muertos" (1 Pedro 1:3). 3. La tumba es triunfo sobre la agonía y unión plena con Cristo La tumba es el lugar donde el creyente encuentra la consumación de su esperanza. En Cristo, la muerte no es una derrota, sino la victoria definitiva. En Su resurrección, Cristo transformó la tumba de un símbolo de desesperación en el umbral de la vida eterna. Al unirnos plenamente con Él, nuestra identidad y gozo hallan su cumplimiento y perfección en Su presencia. Así, la tumba es tanto un símbolo de fin de la agonía como el inicio de una vida sin fin. Como declara Pablo, "para mí el vivir es Cristo, y el morir es ganancia" (Filipenses 1:21); el creyente entra en la gloria donde todas las luchas cesan y el gozo eterno con Cristo comienza.
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