Debemos tener en cuenta que cuando Dios nos toca para sanar una herida muy profunda, podemos reaccionar como si nos echaran alcohol en una llaga y experimentamos un intenso ardor; es decir, podemos pasar por una etapa de desestabilización y crisis, lo cual será un proce- 122 so necesario para que Dios pueda romper estructuras rígidas y erróneas de pensamiento o de conducta, o de hábitos poco positivos y de mecanismos de defensa que nos están quitando libertad y vida en plenitud. Esta desestabilización forma parte de la crisis, la cual, según Erikson, implica el paso de un estadio a otro, como un proceso progresivo de cambio o, si no se sabe aprovechar positivamente la situación, como un proceso de estancamiento o regresión. De la resolución positiva de la desestabilización (o crisis) emergen una fuerza, virtud o potencialidad específica para esa etapa de la vida y para las siguientes, mientras que de la no resolución emergerán una patología, un defecto o una fragilidad específica que influirán durante el resto de la vida. Podríamos afirmar que la vida social y comunitaria lleva en algún momento a la crisis, ya que las relaciones con algunas personas nos “recuerdan” o “tocan” heridas antiguas. A nosotros nos corresponde discernir sabiamente, con paciencia y prudencia, el mejor modo de resolución de esas situaciones. Esa desestabilización puede llevar a que nos enojemos con quienes están más cerca o que sintamos a los demás como responsables de nuestros males. El éxito de la sanación dependerá de cómo asumamos esos momentos de crisis, tratando de ser objetivos, siendo observadores externos de nuestras emociones negativas y no enganchándonos con ellas ni transfiriendo a los demás lo que nos corresponde resolver a nosotros. 123 Por eso es importante que todo proceso de sanación se haga en un contexto comunitario, que seamos personas de oración y que contemos con el acompañamiento de alguien que, con experiencia y sabiduría, conozca los procesos de la sanación interior. 124 Testimonio Dios sanó la inseguridad que había en mí n una oportunidad una mujer me compartía que ella había sido siempre muy insegura y temerosa de todo. Después de un retiro que guie sobre la sanación de la propia historia, ella comenzó a hacer una oración de sanación cronológica que yo había enseñado y de ese modo fue recorriendo junto a Jesús y a María las etapas de su vida. Entonces me escribió que después de orar por dos semanas preguntándole al Señor sobre el origen de su sensación de soledad, el Espíritu Santo le trajo el recuerdo de que su padre trabajaba muchísimo. Cuando ella se levantaba por la mañana para ir a la escuela, él ya había partido; y cuando su papá regresaba, ya era tan tarde que ella casi siempre estaba durmiendo. Esto se venía repitiendo desde que ella había sido concebida, así que la presencia paterna en su vida era una imagen difusa que se reducía sólo a los domingos y a unos pocos días en las fiestas navideñas y en las breves vacaciones de verano. E 124 125 En un momento, al poner por escrito su testimonio, ella contaba: “Fue entonces cuando comprendí que ya no necesitaba orar más para que Dios me sanase de la inseguridad con la que siempre viví, sino que comencé a imaginar a Dios Papá que me tomaba de la mano y me abrazaba en cada año de mi vida. Así fui orando durante dos meses hasta que finalmente sentí que el Señor me decía: ‘Ya es suficiente, tu espíritu ya se ha llenado de mi amor especial por ti’. Desde entonces siento que soy una mujer nueva, capaz de disfrutar mucho más de las pequeñas cosas comunes de cada día y ya no me ahogo en un vaso de agua, sino que experimento una nueva fuerza para enfrentar las dificultades que se presentan con serenidad. Le doy...