Mi nombre es Luis y hoy hago parte de un grupo de oración de la Comunidad Evangelizadora Mensajeros de la Paz. Estoy casado y tengo dos hijos, una niña de seis años y un varoncito de cuatro. Quiero compartir mi testimonio de lo que hizo en mí la experiencia del amor de Dios Padre. El año 1999 fue el tercer año de preparación para el Gran Jubileo del año 2000 y se lo llamó “Año del Padre”. En una ocasión, el padre Gustavo dio un retiro sobre esa temática, enfatizando la ternura de Dios Padre, y nos invitaba a que en los momentos de oración nos dejáramos abrazar por nuestro Papá Dios. En ese entonces yo aún no estaba en ninguna comunidad ni grupo, por lo cual para mí era todo nuevo. Al principio no me encontraba a gusto, ya que nunca tuve clara la imagen de la Primera Persona de la Trinidad. Al escuchar las predicaciones sobre Dios Padre, o al tratar 9 En este testimonio se ha cambiado el nombre del protagonista para conservar su anonimato. 162 de orarle, siempre lo sentí lejano y ajeno a mi vida espiritual, nunca lo hice partícipe de mis alegrías o de mis preocupaciones y dolores, como sí lo hacía con Jesús y con el Espíritu Santo. Los recuerdos que yo tenía de mi padre no eran demasiado cálidos. Si bien había sido un buen hombre (había fallecido hacía cinco años), conmigo había sido poco afectuoso y en ocasiones se había mostrado muy duró y se enojaba con frecuencia, lo cual produjo en mi alma profundas heridas. En ese retiro comencé a recordar momentos de mi infancia, y era como si salieran fotos que tenía guardadas en mi memoria, recuerdos de momentos bellos compartidos con mi papá cuando yo tenía tres o cuatro años. Esos recuerdos me llevaban a revivir momentos en que lo veía a él jugando conmigo cuando regresaba del trabajo, otras veces contándome un cuento o historias fantásticas que yo creía que eran reales, y mil instantes hermosos donde veía su rostro sonriente. Pero de pronto me di cuenta de que a partir de los seis años, cuando comencé a ir a la escuela primaria, mi padre se fue volviendo cada vez más distante con respecto a mí. Cuando se enojaba, me insultaba y me decía cosas que me hacían sentir muy mal. Entonces yo comencé a cerrarme, y cada vez nos fuimos alejando más, porque yo le tenía miedo. Incluso un par de veces me azotó con un cinturón. En ese retiro, el padre Gustavo guio una oración delante del Santísimo Sacramento, pidiéndole a Jesús que nos 163 guiara para que cada uno de los que participábamos nos dejásemos abrazar por Dios Padre y entregásemos cualquier enojo o dolor que tuviésemos con nuestro papá. Si bien mi papá había fallecido, sin embargo, al dejarme guiar en esa oración contemplativa, lo sentí más vivo que nunca y también sentí que tenía que perdonarlo y pedirle perdón. Durante la oración yo no paraba de llorar, porque entendía que algo le había pasado a mi papá en su infancia o en algún momento de su vida que le impidió manifestarme toda la ternura que mi corazón de niño, primero, y de adolescente, después, necesitaba. A partir de ese retiro, oré durante un año haciendo mi oración de fidelidad y gradualmente fui comprendiendo que muchos errores sexuales que yo había cometido durante mi adolescencia y juventud tenían como raíz la carencia afectiva paterna que había padecido. Como resultado de la sanación que Dios Padre viene realizando en mi niño interior, su gracia me ayudó gradualmente a perdonarme a mí mismo, a amarme y aceptarme desde el amor de mi Papá Dios, y a sentir una cercanía espiritual con mi papá, quien desde el cielo intercede por mí. También noto que ha mejorado mucho mi relación con mi esposa y puedo manifestar a mis hijos el amor con una nueva libertad y alegría. Sé que aún hay cosas que Dios debe sanar en mí, pero...