Los maestros y los padres deberían reflejar el amor fiel de Dios, aun cuando el niño sea re voltoso, perezoso o saque bajas calificaciones. Esto no significa que no se lo deba corregir, todo lo contrario; pero la corrección siempre debe realizarse de manera proporcionada y sin hacerlo sentir inferior. Cuando el correctivo es explicado con palabras libres de enojo y desde el amor, aunque duela, no herirá la autoestima 224 del niño o del adolescente, sino que estimulará su potencial. Eso lo sé bien, pues al escribir le doy gracias a Dios por mi papá, quien escribía poemas y reflexiones, con lo cual me motivó para que yo también me animase a comenzar a escribir, valorando mis pobres esfuerzos. Aún me veo a mí mismo antes de entrar al seminario, como entre los diecisiete y los veinte años, estando en el negocio familiar: cuando no venía ningún cliente, aprovechaba esos momentos de paz para bosquejar mis primeras letras. Me veo a mí mismo sentado delante de una antigua y pesada máquina de escribir Remington negra, tecleando y expresando lo que brotaba de mi corazón en ese instante, acerca de lo que Dios y la vida me iban enseñando. Pero también recuerdo con gratitud a mi profesora de literatura, pues cuando en tercer o cuarto año escribí una redacción libre, a la que titulé “Mi caballo blanco”, su primera reacción fue de asombro, tanto que me preguntó si la había escrito yo o me la había hecho una persona adulta. Un poco ofendido, le dije que yo era el autor; entonces ella me creyó y me animó a seguir escribiendo. Y aunque en ese entonces no lo pensé mucho, el grato recuerdo quedó guardado en mi memoria y el don de la escritura volvió a fluir años después, junto al recuerdo de esta profesora que me había alentado a hacerlo. Ahora bien, así como la literatura me gusta, por los números siento un rechazo total. Tal vez por eso en la secundaria, durante las clases de matemáticas y contabilidad 225 , me pasaba el tiempo conversando y bromeando con algunos compañeros; en más de una ocasión esto provocó la ira del profesor, quien, después de haberme pedido silencio reiteradamente, llegaba a fastidiarse y me revoleaba un pedazo de tiza; incluso una vez me lanzó un borrador, que yo supe esquivar. Años después, siendo ya sacerdote, me reencontré con él y recordamos esta anécdota. Entonces nos pedimos perdón mutuamente. Nunca olvides que las heridas de tu vida, cuando son tocadas por el amor de Dios, se transforman en motivo de fortaleza y experiencia, para que puedas ayudar a otros que han pasado por situaciones similares. Sólo la gracia de Dios que toca nuestras heridas puede lograr que nuestras debilidades se conviertan en fortalezas, nuestras oscuridades en luz, nuestros miedos en valentía, nuestras tristezas en alegría, que donde antes había desierto, vuelva la vida en abundancia, porque cómo promete el Señor en su Palabra: ¡Regocíjese el desierto y la tierra reseca, alégrese y florezca la estepa! ¡Sí, florezca como el narciso, que se alegre y prorrumpa en cantos de júbilo! Le ha sido dada la gloria del Líbano, el esplendor del Carmelo y del Sarón. Ellos verán la gloria del Señor, el esplendor de nuestro Dios. Fortalezcan los brazos débiles, robustezcan las rodillas vacilantes; digan a los que están desalentados: ¡Sean fuertes, no teman: ahí está su 226 227 Dios! El páramo se convertirá en un estanque y la tierra sedienta en manantiales (Is 35, 1-7). “Los japoneses creen que cuando algo ha sufrido un daño y tiene una historia, se vuelve más hermoso; y por eso reparan objetos rotos rellenando sus grietas con oro o plata (kintsukuroi). En lugar de tratar de ocultar los defectos y grietas, estos se acentúan y celebran, ya que ahora se...