60 Pippi Calzaslargas
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Pippi, Tommy y Annika estaban reunidos en el jardín de Villa Mangaporhombro. Era un día cálido de verano. Un peral que crecía junto a la entrada extendía sus ramas a tan escasa altura que los niños podían sentarse en ellas y coger las peras de agosto más maduras y sonrosadas. Se comían la pulpa y escupían las pepitas en la carretera. Estaban los tres amigos comiendo peras, cuando apareció una niña que venía de la ciudad. La niña se detuvo y preguntó: —¿Habéis visto pasar a mi padre? —No lo sé —respondió Pippi—. ¿Cómo es tu padre? ¿Tiene los ojos azules? —Sí. —¿Lleva sombrero negro y zapatos negros? —¡Sí, sí! —exclamó la niña alegremente. —Pues no, no hemos visto a ningún señor así —comentó Pippi. La niña hizo un gesto de contrariedad y continuó su camino en silencio. —¡Oye, tú! —le gritó Pippi—. ¿Es calvo? —No, no es calvo —repuso la niña, enojada. —Pues es una suerte para él —dijo Pippi, y escupió una pepita. La niña echó a correr, pero Pippi le preguntó a voz en grito: —¿Tiene las orejas tan grandes que le llegan a los hombros? —No —contestó la niña. Y se volvió con un gesto de asombro. —Supongo que no habrás visto pasar a un hombre con unas orejas así. —Nunca he visto pasar a nadie con las orejas. Todos pasan con los pies —repuso Pippi. —¡Qué tonta eres! Quiero decir que si de veras has visto pasar a un hombre que tiene unas orejas tan grandes. —No —contestó Pippi— No hay nadie que tenga unas orejas de ese tamaño. Sería un monstruo – añadió. El jardín de Pippi era una verdadera delicia. —¿Queréis que subamos a aquel roble? —preguntó Pippi de pronto. Tommy saltó rápidamente al suelo, encantado de la proposición. Annika vaciló un momento, pero, al ver que en el tronco había grandes nudos, creyó también que sería muy divertido intentar la subida. Pronto estuvieron los tres sentados en el árbol. —Podríamos merendar aquí —dijo Pippi—. Voy en un salto a prepararlo todo. Annika y Tommy aplaudieron y exclamaron: —¡Hurra! Pippi preparó el té en un instante. Al fin Pippi subió al árbol con la tetera en la mano. Llevaba la leche en una botella, y la botella en el bolsillo; el azúcar, en una cajita. Después de la merienda, Pippi decidió subir un poco más por uno de los troncos del árbol. —¡Pippi! —la llamó Tommy—. ¿Dónde estás? Entonces se oyó la voz de Pippi como si llegase desde el fondo de la tierra. —¡Estoy dentro del árbol! – dijo Pippi. —Pero ¿cómo te las arreglarás para subir? —exclamó Annika. —No podré subir de ningún modo —repuso Pippi— Tendré que estar aquí hasta que me jubilen. Y vosotros tendréis que echarme comida por el agujero. Annika se echó a llorar. —Pero ¿por qué lloras? —preguntó Pippi—. En vez de llorar, bajad los dos a hacerme compañía. —¡Eso sí que no! —exclamó Annika. Annika se acercó al árbol y vio asomar por la grieta la punta del dedo índice de Pippi y en un abrir y cerrar de ojos, la niña dejó ver su cara en el agujero. —Yo quiero entrar y hacer un poco el vago – dijo Tommy. —Bien —dijo Pippi—; pero creo que sería conveniente ir por una escalera. —Annika —dijo Tommy desde dentro del agujero - entra tú también. No hay ningún peligro, teniendo la escalera para subir. Si entras, tu único deseo será volver a entrar. —¿Estás seguro? – dijo Annika. —Completamente seguro —respondió Tommy. Annika volvió a trepar por el tronco. Las piernas le temblaban. Pippi la ayudó en la parte más difícil. Se estremeció ligeramente cuando vio lo oscuro que estaba el interior del tronco; pero Pippi la cogió de la ma
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Published 10/08/20
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