Lo que Jesús toca se purifica
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28/06/2024 – En el evangelio de hoy, Mateo 8:1-4, Jesús purifica a un leproso, extendiendo su mano y liberándolo de su enfermedad Cuando Jesús bajó de la montaña, lo siguió una gran multitud.Entonces un leproso fue a postrarse ante él y le dijo: “Señor, si quieres, puedes purificarme”.Jesús extendió la mano y lo tocó, diciendo: “Lo quiero, queda purificado”. Y al instante quedó purificado de su lepra.Jesús le dijo: “No se lo digas a nadie, pero ve a presentarte al sacerdote y entrega la ofrenda que ordenó Moisés para que les sirva de testimonio”.San Mateo 8,1-4. Este relato bíblico que se hace presente en los tres evangelios sinópticos es, aparentemente, un texto muy simple. Es la narración de una curación milagrosa realizada por Jesús. Sin embargo, es necesario tener en cuenta de que el enfermo en cuestión, es un leproso. Estos enfermos tenían en el pueblo de Israel un significado muy diferente al que tienen entre nosotros. Actualmente, el leproso es una persona que sufre una enfermedad dolorosa que requiere de cierto aislamiento y tratamiento adecuados. Los Estados y diversas instituciones se ocupan de los que están afectados, haciendo menos penoso el proceso de su enfermedad. En la antigüedad, y particularmente en Israel, no era así. La medicina poco desarrollada y el terror supersticioso, consideraban a la lepra como un mal totalmente incurable que tenía algún origen misterioso de orden religioso. La persona afectada era considerada impura, es decir, que carecía de la pureza para el culto. La pureza era la cualidad que se necesitaba para estar en contacto con el resto de la comunidad y con lo sagrado. El enfermo que era considerado impuro, se veía obligado a permanecer separado del resto de los hombres, habitando en desiertos o cementerios. Sin posibilidad de asistir al acto religioso. No poder asistir al acto religioso era como la máxima de las exclusiones. Era como estar olvidado por Dios, apartado de su presencia y de su mirada. Este mensaje recibían los leprosos, los ciegos, los paralíticos, los sordomudos. Éstos que cuando nosotros recogemos en los relatos de las páginas evangélicas, los conocemos como los que Jesús, particularmente amó, y por los cuales tuvo predilección. Por este motivo, porque estaba rechazado por Dios y por los hombres, el sacerdote era el que debía intervenir para dictaminar que alguien estaba enfermo de lepra y realizar el acto de sacarlo de la comunidad. El sacerdote debía volver a intervenir en el caso de que se diera una hipotética curación, para constatar y realizar el rito de purificación y admisión del leproso a la comunidad. Por eso, Jesús al final del texto dice que vaya a presentarse al sacerdote. Porque ya está curado pero tiene que ser incorporado por ese camino que estaba preestablecido. Mientras duraba la enfermedad, nadie podía acercase al leproso. El que lo hiciera y tuviera trato con él, o tocara un objeto utilizado por el enfermo, quedaría también en condición de impureza. Es más, el leproso tenía que gritar “lepra, lepra”, para que nadie se le acerque. El autor del texto evangélico quiere ir mucho más allá. No se trata de un simple enfermo, sino de uno que en su enfermedad, tiene todos estos condicionamientos sociales y puntuales. Entonces, a partir de esto, entendemos el valor que tiene la intervención de Jesús. De acercarse y dejarse tocar por él. De tocarlo, curarlo y estar con él. Si él que tocaba al enfermo de lepra quedaba impuro, Jesús entonces, a los ojos de muchos era un impuro. Esta es la acusación que le hacen cuando come con paganos y publicanos, y cuando trata con pecadores.
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