«El llanto de una hija»
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  Así como la poetisa panameña Amelia Denis de Icaza compuso un hermoso poema con relación al profundo amor que, como madre, se tiene por los hijos, publicó otra bella poesía sobre el que siente la hija por la madre. Para los que hemos sufrido la pérdida de una madre muy querida, nos identificamos plenamente con la intensidad del amor y con la profunda tristeza que por ese motivo manifiesta doña Amelia en los siguientes versos titulados «El llanto de una hija»: Madre mía, ¡mi vida!, ¿qué te has hecho? ¿Adónde está tu maternal mirada? ¡Ya está sin vida, sin calor, tu pecho, y tu hija vive aún tan desgraciada! ¿Adónde estás, por qué me abandonaste, y con quién me has dejado, madre mía? Tú, en tu seno de amor, me acariciaste, y hoy te llevas contigo mi alegría. Tú me amaste, de niña, con locura, y más tarde, ya joven, fui tu orgullo, y hoy mi llanto de acerba desventura ya no lo enjuga ese cariño tuyo. Ya nunca más mi llanto con tu llanto veré unirse doliente en mis dolores. No arrullarás a Julia con tu canto, ni le pondrás, sobre su frente, flores. Ya no veré dormirse entre tus brazos los hijos míos, que tus hijos son; ¿por qué la suerte desató esos lazos, y dejó de latir tu corazón? Ya, al exhalar, mis lastimeras quejas sólo hallarán un eco en el vacío; ¿por qué abandonas sola, por qué dejas un corazón tan débil como el mío? Ya no veré tus ojos anegados en lágrimas dolientes por mi suerte; ellos están a mi dolor cerrados y hundidos por la mano de la muerte. Madre tan adorada, yo te lloro, y me parece un sueño todavía; ¡en vano a Dios, en mi pesar, imploro, porque Dios no me oye, madre mía!1 ¡Cuánto desconsuelo y amor habrá sentido Julia, la hija mayor de Amelia Denis de Icaza, al recordársele en estos versos el arrullo y la ternura de doña Carmen Durán, su abuelita panameña! A la pregunta: «¿Por qué la suerte desató esos lazos?», su mamá, al parecer, finalmente contesta: «porque Dios no me oye». Pero eso no debiera sorprendernos a quienes hemos sufrido tal pérdida y nos hemos preguntado por qué Dios no contestó nuestra oración. Aunque pueda que no nos sirva de mucho consuelo, bien pudiera deberse en parte precisamente a que Dios, por su inmenso amor hacia ese ser querido, permitió que «ya nunca más» tuviera que ver «el llanto de una hija» o de un hijo, y que esa hija o ese hijo «ya no» tuviera que ver los ojos de la madre «anegados en lágrimas dolientes» por su suerte. ¿Quién sabe? Sólo Dios lo sabe, como también sabe que lo que más nos conviene a todos es confiar en Él y en su divino cuidado paternal,2 así como queremos que nuestros inocentes hijos pequeños confíen en nosotros. Carlos Rey Un Mensaje a la Conciencia www.conciencia.net 1 Amelia Denis de Icaza, «El llanto de una hija», Hojas secas (León, Nicaragua: Talleres Gráficos Robelo, 1927), pp. 139-40 En línea 27 noviembre 2023. 2 Sal 8:4; Is 46:4; Jn 3:16; 15:9; Hch 17:27; 1P 5:7
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